martes, 16 de marzo de 2010

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Un parque lleno de borrachos, una cerveza, ron con cocacola, un quemazo del cigarro, un porro cacheado, música del móvil, gente andando de un lado para otro, cola en los baños públicos que tenían papel higiénico, imitaciones, risas, toda la noche mirando hacia la calle de la izquierda y un dulce presentimiento de que después todo sería mejor.

viernes, 5 de marzo de 2010

La vida es el sentido de haber nacido.

Si alguien dice que no se suicida por su familia, sólo esta diciendo estupideces porque si una persona tiene pensado abandonar este mundo, es porque no le importa lo más mínimo lo que pase después. Ni lo que le pasa ahora, de tanto que le importa.
Pero sobre todo le importará lo que ha vivido, que es por lo que se ve en esa situación.
Nadie es joven para morir, como nadie es joven para tener familia, ojos o boca; porque como diría Mafalda: ''¿Qué importa qué edad tenía cuando murió, si la mejor edad es estar vivo?''.
Nadie tiene derecho a decir quién es joven para qué cosa, como nadie lo tiene para decidir quién debe morir, porque tampoco ha decidido quién tenía que nacer.

No se trata de encontrar razones por las que vivir, porque vivir ya es una razón.
Tampoco se trata de cuestionarse a dónde vamos, o cuál es el sentido de la vida, porque el secreto está en vivir y aceptar lo que nos venga.
El sentido es que algo tan normal y corriente, como es el hecho de vivir, no tiene sentido que se pueda comparar con el que tienen otras cosas, porque no hay nada que se sea digno de merecer compararse con la vida.
¿Cuáles son los ojos de un pantalon?, ¿Cuál es la boca de un libro?

Y de la misma forma que en una ecuación, las patatas con las patatas y las manzanas con las manzanas. No podemos cuestionarnos lo incuestionable.
¿Serías capaz de ponerle una TDT al mar?

jueves, 4 de marzo de 2010

El saxofón de mi amigo Alberto

Cuando llegué a casa de mi amigo Alberto, observé que tenia en la pared del salón un enorme saxofón.
Al ver mi cara de sorpresa, su padre me lo bajó y me preguntó si lo quería probar.
Accedí encantada y toqué una melodía que se me venía a la mente cada vez que alguien hablaba de la primavera. Creo que es de algún compositor famoso.

Le fui a devolver el saxofón cuando, para mi sorpresa, descubrí que el chicle de fresa que llevaba, se había quedado pegado en la boquilla. Me giré e intenté disimularlo todo lo que pude mientras al compás pensaba ''¿Quien me manda tocar saxofones ajenos?''. Alberto le dirigió una mirada a su padre, no más curiosa que la que después se clavó en mis ojos.
Así que haciendo de tripas corazón y tensando involuntariamente todo mi cuerpo, le expliqué el pequeño percance y fui corriendo al baño para limpiar los restos de ese inoportuno trident.

Antes de volver, llamé a mi amigo Alberto para que me hiciera compañía en esos abochornantes momentos (que no sé si era mejor estar sola o acompañada por él) y le pedí disculpas no para que no se sintiera mal, sino para que no pensara cosas desagradables sobre mí y él me contestó, con un tono poco seguro que no pasaba nada, que eso le podía pasar a cualquiera.
Todavía me pregunto si me lo dijo por convicción propia, o para que yo no me pensara que era un gilipoyas por no ponerse en mi lugar ni comprender el mal trago que había supuesto para mi llenar la boquilla del instrumento de trident de fresa.

Y también me sigo preguntando si los mensajes que mandamos (y de los que por cierto presumimos e informamos a todos los de nuestro alrededor de nuestra gran obra) por lo del desastre de Haití (cuyo nombre ya no recordaba), lo hicimos porque verdaderamente creíamos que estábamos ayudando mucho con 1€, o simplemente por sentirnos bien con nosotros mismos.